Soltar el control
03/05/2024Consejos para una comunicación eficaz
03/05/2024Cuando propuse matrimonio a mi esposa, le pregunté si estaba segura de casarse conmigo. Le dije: “soy un misionero, sin posesiones, con deseo de servir a Dios, pero la realidad es que no tengo nada que ofrecerte”. Ella respondió: “Viviría contigo hasta debajo de un árbol”.
Nos casamos en una vieja catedral de Holanda. La fiesta fue algo que nunca imaginé. Cuando escuchaba la marcha nupcial y entraba a la iglesia, recordé las veces que jugaba en la Villa Miseria donde había crecido y lagrimeé por la ayuda que Dios me había dado… Esa mañana lucía una camisa que no era simplemente una camisa sino ¡la prueba tangible que Dios provee hasta en los mínimos detalles! cuando estamos ocupados en Sus cosas.
Todo comenzó cuando decidimos que íbamos a casarnos en Holanda. Yo estaba un poco preocupado: ¿De dónde sacaría tanto dinero? Pero Dios dijo que debíamos confiar en Él y poner la fecha. Como misionero no recibía un salario, vivía de ofrendas que amigos e iglesias daban, así que deben preguntarse: ¿Cómo un misionero en África pudo casarse en Europa?
Dios, primeramente puso en el corazón de un familiar pagar toda la boda, desde la torta, luces, alquileres, todo. Otra persona regaló dinero a mi esposa para que elija el vestido de novia que más le guste, sin importar el precio. Unos amigos fotógrafos del Reino Unido vinieron gratis exclusivamente para nuestro casamiento. Desde Paraguay, alguien me regaló el traje más hermoso que había visto. Así fue como sucesivamente Dios nos proveyó todo en la boda.
Un día antes me había olvidado que no tenía la camisa, pero esa tarde alguien vino y me dijo que dejara lo que estaba haciendo y me llevó a una tienda. “Elige lo que quieras” -fueron sus palabras. Yo tímidamente elegí la camisa más barata, pensé que uno nunca debe abusar y elegir algo caro. Pero él me dijo: “No, para nada, no quiero que elijas ésta, sino la mejor porque los hijos de Dios se merecen lo mejor”; y me pasó otra que era hermosa pero tan cara que podía comer por un mes en África. Comprándola mi amigo me dijo: “Ves cómo Dios está hasta en los pequeños detalles, proveyendo lo mejor para sus pequeños”.
Por Diego Cáceres | Evangelista y Misionero